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miércoles, 14 de noviembre de 2018

Los instrumentos de tortura de la Inquisición

Los instrumentos de tortura de la Inquisición
El tribunal del Santo Oficio utilizaba diferentes métodos de tortura para obtener las confesiones de los encausados. Cada uno de estos objetos refleja el grado de crueldad que imperaba en la época.
Iria Pena

Maquinaria del pánico
Sobre la Inquisición española reina una leyenda negra procedente del exterior, especialmente del mundo anglosajón, que generó una imagen cruel que no responde a la realidad. A partir de un estudio del Tribunal Inquisitorial de Toledo entre los años 1485 y 1516, la profesora de la Universidad Complutense de Madrid María del Pilar Rábade Obradó afirma que no se recurría de forma demasiado habitual a la tortura. La explicación resultaba bastante simple, ya que si la Inquisición buscaba una confesión, a la mayoría de los condenados les bastaba con entrar en las cámaras de tortura y ver los instrumentos con los que iban a ser atormentados para declarar.
Hay que añadir, además, que en esta época justicia y tortura iban de la mano, y todos los tribunales empleaban el tormento para lograr confesiones. Pese a ello, no hay que olvidar la crueldad que empleó el Santo Oficio con muchos de los procesados, y la pesadilla que supuso para los judeoconversos que lograron escapar de sus garras.

La sangrienta doncella de hierro
Este aparato de tortura, que parece tener sus orígenes en Alemania, se relaciona también con el Santo Oficio. Esta especie de ataúd vertical con rostro femenino debía aterrorizar nada más verlo. En su interior se alojaban un montón de clavos de hierro puntiagudos que se clavaban en diferentes partes del cuerpo del condenado, incrementando su angustia y martirio.

El aplastacabezas
La forma y el nombre de este instrumento de tortura medieval no dejan lugar a la imaginación. El condenado apoyaba la barbilla en la base y la cabeza quedaba encajada en el casquete. Empleado para lograr confesiones, los verdugos hacían girar el tornillo causando en primer lugar la rotura de dientes y mandíbula. Si el torturador seguía apretando, el tornillo podía llegar a destrozar el cráneo de la víctima, expulsando su cerebro por la cavidad ocular.




El potro de tortura
Este aparato es uno de los instrumentos de tortura más conocidos. Con el objetivo de que el procesado confesase, se le colocaba boca arriba en esta tabla en la que era atado de pies y manos; después, se estiraban sus extremidades mediante una polea hasta dislocarlas.

La horquilla del hereje
Los encausados por la Inquisición debían abjurar de sus errores, y con los herejes se utilizó esta especie de tridente con cuatro puntas afiladas que se clavaban bajo la barbilla y en el esternón.Este sistema no permitía moverse, por lo que era casi imposible pronunciar una sola palabra, y de las pocas que lograban decir entre susurros los que lo padecieron estaba el abiuro con el que renegaban de sus creencias.

Ruedas de despedazar
Empleada para delitos muy graves, fue una de las torturas más desmedidas y espantosas. El penado era colocado desnudo en el suelo y con la misma rueda se le rompían los huesos y articulaciones de las extremidades, incluídas cadera y hombros. Posteriormente se le ataba a la rueda, que era colocada sobre un poste, y se le daba comida y bebida hasta que moría, quedando su cuerpo a merced de las aves carroñeras.
Cuna de Judas
Este método estaba pensado para obtener una confesión rápida. El reo era suspendido por la cintura con una abrazadera de hierro y quedaba colgado justo encima de una puntiaguda pirámide sujetada por un trípode. Si el condenado se dormía o relajaba, se clavaba la afilada punta en los genitales. Además, si no confesaba, eran los propios verdugos los que bajaban al procesado suavemente o con todo el peso del cuerpo.

Garrote vil
Utilizado por la Inquisición con los reos arrepentidos para que no sufrieran los padecimientos de la hoguera, era visto como una forma de muerte menos dolorosa. A pesar de ello, muchos de los condenados sufrieron lentas agonías, muriendo por estrangulamiento y no por la rotura del cuello. Este artilugio para administrar la pena capital alcanzó en España su máximo esplendor, sobre todo, a partir del reinado de Fernando VII, que lo institucionalizó en 1832.

Toro de Falaris
Empleado ya por los romanos y rescatado por el Santo Oficio, imitaba a una olla con forma de bovino. Se introducía al acusado en su interior y se encendía una fogata debajo, hasta que el reo quedaba totalmente calcinado. Los gritos de dolor del prisionero salían por la boca del animal.


La picota en tonel
Los borrachos debían tener mucho cuidado en tiempos de la Inquisición. Algunos de ellos tuvieron que enfrentarse al escarnio público portando este pesadísimo tonel de madera por las calles. Pero lo peor no era eso, si no el propio cóctel de excrementos y orines que se encontraba dentro de este artilugio, que llevaba a muchos a morir por la insalubridad del mismo.
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