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martes, 31 de marzo de 2020

Costos sociales y políticos del Porfiriato


Los costos sociales y políticos del desarrollo económico porfirista.



Al iniciarse el siglo XX el desarrollo económico del porfiriato perdió impulso, la tasa de crecimiento de la producción industrial disminuyó, los productos agrícolas como el maíz y el frijol aumentaron de precio, lo que redujo el consumo interno de la mayoría de la población hasta en un 57%. Naturalmente el mayor peso de la crisis lo resistieron los trabajadores.

Para 1905 el gobierno realizó una reforma monetaria, adoptando como respaldo de la moneda mexicana el patrón oro, antes había sido la plata, fijando la paridad en dos pesos plata por dólar, lo que equivalía a una devaluación del 50%, medida que provocó inflación, deterioro de los salarios y aumento de la deuda externa. Situación que aprovecharon los extranjeros para adquirir empresas y bienes raíces a muy bajos precios.

Sin embargo fue la crisis económica mundial de 1907 la que frenó el desarrollo del país. Iniciada en Nueva York, Estados Unidos, fue la primera crisis financiera del capitalismo moderno, las causas que la originaron fueron la ambición de los capitalistas, la especulación con las acciones de bancos, minas y ferrocarriles y la falta de regulación financiera, situación que provocó la reducción de los precios internacionales de las materias primas impactando las economías de los países menos desarrollados como México. En nuestro país, la crisis provocó aumento de los precios de los productos alimenticios y las materias primas, desempleo y miseria.

La situación económica afectó a las clases altas y medias (hacendados, comerciantes, rancheros e industriales), pero principalmente a las clases bajas, que como siempre, resistieron la crisis, agravándose los problemas sociales y políticos. Hacia 1907 muchas minas y fábricas textiles cerraron y despidieron a sus trabajadores.

En el campo los conflictos se generaron por el deslinde de terrenos baldíos, la colonización, la desamortización de las tierras y el sistema de peonaje. En las zonas urbanas, aumentó el desempleo, la prolongación forzada de la jornada de trabajo, los despidos injustificados, la represión de los capataces. Pero a pesar de la represión y de las prohibiciones se organizaron importantes huelgas así como numerosos movimientos de rebeldía campesina, entre los que podemos mencionar a los Yaquis y Mayas.

Al igual que en los países industrializados surgió en México una lucha obrera por salarios dignos, descanso dominical, jornada de 8 horas, reglamentación del trabajo infantil y de la mujer, pago de indemnizaciones por accidentes laborales, entre otras demandas. Así ferrocarrileros, mineros, tabaqueros, panaderos, transportistas y trabajadores textiles formaron los primeros sindicatos desafiando la prohibición establecida por el gobierno.

Entre 1900 y 1905 el número de huelgas fue de 29, y de 1905 a 1910 de 106, algunos de estos conflictos se convirtieron en verdaderas rebeliones, como la de los mineros en Cananea, Sonora y la de los obreros textiles en Río blanco, Veracruz.

La antidemocracia del gobierno porfirista reflejada en la centralización del poder político y 
económico, en la ausencia de partidos políticos, en la censura de los medios y sus constantes reelecciones, provocó la inconformidad de amplios sectores sociales, particularmente de los sectores medios urbanos y rurales.

La oposición más sistemática y radical desde 1900, se dio a partir del surgimiento del Partido Liberal Mexicano (PLM) y sus órganos de difusión como Regeneración, el magonismo como también se le conoce contó con la participación de los hermanos Jesús, Enrique y Ricardo Flores Magón, Librado Rivera, Antonio Díaz Soto y Gama, y un gran número de maestros, médicos, estudiantes, periodista, obreros, rancheros. En 1906 publicó el Programa del Partido Liberal Mexicano, cuya plataforma de reivindicaciones, constituyeron el contenido social de la lucha revolucionaria y los principios fundamentales de la constitución de 1917.

El PLM también organizó los primeros levantamientos armados en contra del gobierno porfirista, sin embargo no fue la vanguardia del proceso revolucionario, debido a la fuerte represión que Porfirio Díaz ejerció en contra de este grupo.

En el grupo dominante se dieron importantes fracturas, la crisis económica y la falta de oportunidades políticas provocaron la ruptura entre el grupo financiero de la Ciudad de México encabezado por el ministro de Hacienda, José Ivés Limantour, y el grupo de hacendados e industriales norteños que se aglutinaron en torno al general Bernardo Reyes. Ante la avanzada edad del presidente, el objetivo era obtener la vicepresidencia.

En 1908 el presidente Díaz concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, donde manifestó su intención de retirarse del poder y afirmó que el país estaba preparado para la democracia, por lo cual vería con agrado la formación de partidos políticos para participar en las elecciones de 1910. Estas declaraciones produjeron un intenso debate y la formación de varias organizaciones políticas para contender por la presidencia de la república.

Uno de los movimientos importantes, fue dirigido por el rico empresario y terrateniente coahuilense Francisco I. Madero, quien se convirtió en el representante de los intereses políticos de la burguesía terrateniente norteña y de la pequeña burguesía urbana. La formación del Partido Antirreleccionista con Madero a la cabeza, estableció un programa liberal democrático cuyos puntos fundamentales fueron la no reelección y el respeto al sufragio efectivo, con los cuales logró conjuntar amplios sectores de la población. La prensa fue el medio más importante para difundir su campaña, recibiendo el apoyo de los periódicos El Antirreleccionista, el Constitucionalista y Nueva Era, y en 1909 fundó el periódico El Demócrata.

Debido a sus importantes recursos económicos y al apoyo de Estados Unidos, Madero se convirtió en el principal peligro para Porfirio Díaz, publicó en 1909 el libro La sucesión presidencial de 1910, donde criticó a la dictadura porfirista y ante el fraude de las elecciones de 1910, Madero dio a conocer el Plan de San Luis, donde invitó al pueblo de México a levantarse en armas en contra del gobierno, iniciando así la lucha revolucionaria

Permanencia de un grupo en el poder.

Diversos factores propiciaron el derrumbe del régimen porfirista. De hecho, más que hablar de una crisis hay que hablar de varias crisis, que se remontan a los primeros años del siglo, una de esas crisis en la concerniente al terreno político.
Dentro de lo que se puede considerar un primer periodo del porfiriato, entre 1877 y 1888, la política porfirista estuvo compuesta por antiguos liberales y las camarillas de militares que habían catapultado a Díaz a la presidencia.

El régimen porfirista estaba envejecido: el presidente tenía ochenta años, y la edad promedio de los miembros del gabinete, gobernadores, magistrados y legisladores era de sesenta y siete años.

Díaz no era el único que llevaba años en el poder, pues la reelección se practicaba en todos los niveles. En el caso de los gobiernos estatales, Teodoro Dehesa gobernó por 18 años en Veracruz, Mauricio P. Martínez por 17 en Puebla, y lo mismo hizo Francisco Cañedo en Sinaloa y Joaquín González Obregón en Guanajuato.

Hacia principio del siglo XX, el sistema político del porfiriato estaba paralizado, había perdido la capacidad de conciliar y dar cabida a nuevos sectores políticos o sociales. Y, por si esto fuera poco, también estaba fraccionado.

La división entre científicos y reyistas, no sólo desapareció con el retorno de Reyes a Nuevo León al ser retirado por Porfirio Díaz del cargo de Ministro de Guerra, sino que resurgió en vísperas de las elecciones de 1910.

En 1908 Díaz concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, en ella, declaró que no competiría en la siguiente contienda electoral y que permitiría que esta se desarrollara con completa libertad, pues consideraba que México estaba listo para la democracia.

Ello agitó la opinión pública y promovió el debate, político, aunque quedó claro que se trataba de una declaración para el exterior, y que, nuevamente, con un presidente cada vez más mayor, la vicepresidencia prometía garantizar el camino a la sucesión.


En 1909 los científicos, apoyados por Díaz propusieron de nuevo a Ramón Corral para el cargo de vicepresidente. Los reyistas se movilizaron y propusieron a Reyes, y fundaron clubes de apoyo a lo largo del país, integrados por clases medias y obreros.

Sin embargo, quizá por lealtad a Díaz, o por su renuencia a dirigir o promover un movimiento armado que terminara con la paz, Reyes desalentó a sus seguidores y aceptó una comisión que le encargó el presidente en Europa.

A la salida de Reyes del país, las oposiciones se radicalizaron. Así sucedió con el reyismo, (pues los seguidores de Reyes continuaron con el movimiento cuando este partió al extranjero), la oposición liberal o el maderismo.

Estos grupos eran muy diferentes. Variaban tanto el origen de los dirigentes y sus fuerzas e apoyo, como su programa, pero para ese momento compartían varías demandas: apego a la legalidad, a la constitución, respeto al voto y no reelección, y en diferentes grados, protección legal de obreros y campesinos.

Los ferrocarriles y la transformación del paisaje.


Uno de los acontecimientos de mayor trascendencia para el desarrollo económico del país, consecuentemente, para su estabilidad política, fue el desarrollo de los ferrocarriles.
La construcción del ferrocarril y, en general, el establecimiento de mejores medios de comunicación, había sido una preocupación constante e gobiernos anteriores, sin embargo el alto costo de las obras y las continuas revueltas todos los trabajos estaban paralizados.
Porfirio Díaz recibió el país con un sistema de transporte que, además de primitivo, se encontraba en condiciones lamentables pro lo que se refiere a su extensión y mantenimiento. No se contaba más que con 640 km de vías ferroviarias y las carreteras no presentaba una mejor situación.

A finales de 1876, con Díaz en la presidencia y Vicente Riva Palacio en el ministerio de Fomento, se inició la construcción de caminos, ferrocarriles y telégrafos. El primer acuerdo del gobierno porfirista, en materia de ferrocarriles, fue la aprobación del proyecto presentado por el ingeniero Mariano Téllez Pizarro, para la construcción de una línea ferroviaria con tracción animal, entre Tehuacán y la estación Esperanza, del Ferrocarril Mexicano. Este proyecto había sido presentado por su autor, dos años antes, al gobierno de Lerdo de Tejada y aunque elogiado se negó su aprobación, por carecer el erario federal de los fondos necesarios para realizarlos.

Este ferrocarril se construyó por cuenta exclusiva del gobierno, y todo el personal que intervino en la obra, ingenieros, empleados y operarios, fue mexicano. Se inauguró con 51 kilómetros de vía angosta, el 24 de diciembre de 1879, con asistencia del presidente Díaz, miembros de su gabinete, los gobernadores de los estados de Oaxaca, Puebla y Veracruz y sus numerosos invitados. El servicio se inició el primero de enero de 1880, y pronto empezó a transportar diversos productos para exportación por el puerto de Veracruz, lo mismo que mercancías de importación con destino al estado de Oaxaca.

Posteriormente el general Manuel González, compró al gobierno este ferrocarril y años después sus herederos lo traspasaron al Ferrocarril Mexicano del Sur, que acababa de terminar el tramo de Puebla a Tehuacán, en su ruta a Oaxaca, y fue cambiado a tracción de vapor. En 1952, se ensanchó a vía estándar, al ponerse en servicio la vía ancha de México a Oaxaca.

En el primer período del Presidente Díaz (1876-1880), se registró gran actividad entre los solicitantes de concesiones para construir líneas férreas en nuestro territorio.

En general continuó la política de su antecesor, don Sebastián Lerdo de Tejada de preferir a inversionistas mexicanos, lo mismo que a los gobiernos de los estados, procurando establecer la comunicación de las diversas regiones del país. Se autorizaron concesiones para muchas líneas, que en su mayoría no surtieron efecto y fueron declaradas caducas al no realizarse ningún trabajo.

Sin embargo, algunos tramos construidos fueron el inicio de rutas que, tiempo después, 
formarían parte de las líneas que ahora integran el Sistema Ferroviario Nacional.Las concesiones concedidas fueron: en 1877, construcción del Ferrocarril de México a Toluca, con un ramal a Cuautitlán; en el mismo año, se autorizó al gobierno del estado de Guanajuato para construir una línea de Celaya a León, pasando por Salamanca, Irapuato y Silao, con un ramal a la ciudad de Guanajuato; en 1878, se firmó un contrato para la construcción del Ferrocarril de Morelos, (México - Cuautla), que podría llegar hasta el río Amacuzac; una línea férrea que uniera a Zacatecas, Aguascalientes y Lagos; en el mismo año se autorizó al gobierno del estado de Yucatán, construir un ferrocarril de Mérida a Peto, con un ramal a Tekax, lo mismo que otro ferrocarril entre Mérida y Campeche; una línea entre Veracruz y Alvarado con un ramal a Antón Lizardo.

En el año de 1879 se autorizó la construcción del Ferrocarril de Hidalgo, que partiría de un punto de la ruta del Mexicano (Ometusco), y terminaría en Pachuca. Sería necesario utilizar mucho espacio para detallar todas las concesiones otorgadas en este período gubernamental y que, como dijimos, en su mayor parte no surtieron efecto alguno.

Al terminar el primer período de gobierno de Porfirio Díaz, en 1880 por fin los inversionistas norteamericanos iniciaron la tarea, largamente esperada por ellos, de construir líneas férreas en nuestro suelo. En este año se otorgaron las dos primeras concesiones a empresas constructoras norteamericanas, la primera el 8 de septiembre de 1880, al Ferrocarril Central Mexicano, una compañía constituida en Boston, Mass., (EUA), para construir una línea de vía ancha, entre México y Paso del Norte, (hoy Ciudad Juárez, Chihuahua), tocando las ciudades de Querétaro, Celaya, Salamanca, Irapuato, Silao, León, Aguascalientes, Zacatecas y Chihuahua, con dos ramales, uno de Silao a Guanajuato y el otro que llegaría a Guadalajara.

Varios gobiernos locales que tenían concesiones para algunos tramos, pero que no habían realizado trabajos o habían avanzado muy poco, las traspasaron a la nueva empresa, para que ésta pudiera, sin dificultades, atacar la construcción de la nueva ruta.

La segunda concesión, de fecha 13 de septiembre, se otorgó a la Compañía Constructora Nacional, fundada en Denver, Colorado, (EUA), para la construcción de dos líneas, en esta ocasión de vía angosta; la primera de México a Manzanillo, tocando Toluca, Maravatio, Acámbaro, Morelia, Zamora y la Piedad y la segunda para unir a la capital de la República con Nuevo Laredo, Tamaulipas.

Varios gobiernos estatales traspasaron sus concesiones a la Constructora Nacional, la que en el año de 1883 se consolidó con la Compañía de Fierro Nacional Mexicana, que posteriormente cambió su razón social a Compañía del Ferrocarril Nacional Mexicano, denominación que en lo sucesivo usó la nueva ruta que se construía.

Al terminar el primer periodo de gobierno del general Díaz los ferrocarriles tenían una extensión de 1,079.577 Km.

Entre 1880 y 1884, con la presidencia de Manuel González, se quintuplicó la red ferroviaria y para 1881, se hizo necesario crear una Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Las consecuencias políticas y económicas fueron definitivas  pues para finales del periodo, México contaba ya con la estructura principal del sistema ferroviario que comunicaba a la capital con el golfo y el norte.

De los contratos que se autorizaron durante este gobierno y tuvieron éxito, fueron Ferrocarril Internacional Mexicano, cuya empresa, sin subvención alguna y en breve tiempo, construyó la línea que comunicó a ciudad Porfirio Díaz, hoy Piedras Negras con Torreón, y Durango.

Durante este cuatrienio empezaron a ponerse en servicio algunas rutas como la del Ferrocarril de Morelos, de Los Reyes, Estado de México, a Cuautla, Morelos de vía angosta, que se inauguró el 18 de junio de 1881

Este Ferrocarril se construyó al amparo de la primera concesión que otorgó el gobierno de Porfirio Díaz, el 16 de abril de 1878, al gobierno del estado de Morelos, quién a su vez la traspasó a un grupo de inversionistas que formaron la Compañía del Ferrocarril México y Morelos. Al inaugurar su servicio en 1881, la compañía cambió su razón social a “Ferrocarril de Morelos”. En 1882, esta línea fue comprada por el señor Delfín Sánchez, inversionista español, de quién se sabe fue yerno de don Benito Juárez, y que tuvo intervención en varias construcciones ferrocarrileras, (como el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec). Esta línea se prolongó hasta Yautepec y por último, el primero de agosto de 1894, llegó a Puente de Ixtla en el mismo estado de Morelos. Delfín Sánchez construyó el tramo de 19 kilómetros de Los Reyes a la ciudad de México y la estación de San Lázaro, que durante muchos años sirvió de Estación Terminal a la ruta del Ferrocarril Interoceánico, de México-Veracruz, México-Puebla–Oaxaca, México- Cuautla - Puente de Ixtla y México-Cuautla-Puebla..

El 16 de septiembre de 1882, se inauguró el Ferrocarril de Puebla a San Martín Texmelucan construido por cuenta del Gobierno Federal, Este ferrocarril de vía ancha y tracción animal, con 37 kilómetros de extensión, estuvo administrado con buen éxito por el Gobierno hasta 1886, en que se traspasó al Ferrocarril Interoceánico con cuyo tramo completó su ruta de México a Puebla.

Para 1898 José Ivés Limantour presentó un estudio para planificar las inversiones y clasificar los proyectos según las necesidades económicas del país. Por otro lado en 1903 Limantour dio el primer paso para adquirir la mayoría de las acciones de la Línea interoceánica.

Bibliografía.

Elisa, S. G. (2004). Nueva Historia Mínima de México. México: Colegio de México/ SEP.

Garner, P. (2003). Porfirio Díaz. Del héroe al dictador, una biografía política. México: Planeta.

Katz, F. (2011). La guerra secreta en México. México: Era.

Katz, F. (1980). La servidumbre agraria en México en la época porfiriana. México: Era.

Sociedad Mexicana I. Vol. 2. (1981). México: SEP.

Las situaciones sociales del porfirato


Surgimiento de la clase obrera y la nueva clase media urbana.

El porfiriato fue un periodo de grandes cambios, y las cuestiones sociales no fueron la excepción. En los treinta años que comprende el porfiriato, se produjo un crecimiento sin precedente. En cifras aproximadas, en 1877 el país tenía nueve millones de habitantes, en 1895 contaba con 13  y para 1910 con 15 millones.
En el aumento de la población influyeron e fin de los enfrentamientos civiles, la ampliación de los mercados y la mejor distribución de alimentos, y, para algunos sectores de la población los avances en la higiene y la medicina.
Además de creciente era una población dinámica, pues fue una época de migración. Estados del norte del país  como Chihuahua, Coahuila, Durango, Nuevo León y Tamaulipas; del centro el Distrito Federal y Puebla; de la costa del Golfo sólo Veracruz; y de la del Pacífico norte, Sonora y Nayarit, recibieron una gran cantidad de migrantes provenientes de los estados de México, Jalisco, Michoacán, Hidalgo, Zacatecas y San Luis Potosí.
Si bien los migrante de dirigían sobre todo a las  ciudades un gran porcentaje de la población guía habitando en localidades de menos de 15 mil habitantes, prueba de ello es que hacía 1900 en 90% de la población seguía viviendo en el campo, distribuidos en haciendas, pequeñas poblaciones o pueblos y ranchos.
Las haciendas tendieron a concentrar la tierra costa de a propiedad corporativa, por lo que los latifundios aumentaron de tamaño como consecuencia de la desamortización y la colonización. Si bien las leyes de 1896 y 1910 pretendieron terminar con el desojo de tierras comunales, para entonces la quinta parte del territorio nacional había pasado a ser parte de los grandes latifundios que caracterizarían el porfiriato.
En esta sociedad rural, los hacendados ocuparon la cúspide de la pirámide. Alguno eran mexicanos otros, extranjeros, y no siempre residían en el campo, pues muchos dejaban sus tierras a cargo de un administrador para vivir en las ciudades. En la parte media de encontraban rancheros o pequeños propietarios, comerciantes de las haciendas, como el administrador, el mayordomo o técnicos de maquinaria agrícola, comerciantes y artesanos. En la parte inferior de la pirámide estaban los campesinos sin tierra, que trabajaban para los rancheros prósperos y, en mayor proporción, para os latifundistas, entre ellos se encuentran los peones acasillados, que vivían en la hacienda o alrededor del caso y recibían un salario fijo; trabajadores temporales, contratados sólo cuando existía necesidad de mano de obra, lo cual convenía a los dueños de la tierra pero no a quienes prestaban sus servicio, pues tenían que recorrer el país siguiendo las temporadas de cultivo; en este grupo social, también se encontraban os arrendatarios, aparceros o mediero, a los cuales los latifundistas rentaban sus tierras meno fértiles a cambio de dinero o un porcentaje de la cosecha.
Las condiciones de vida de los campesinos, fueran estos acasillados o temporales, cambiaba de acuerdo a la región del país. En el norte, las haciendas eran cultivadas por trabajadores temporales o arrendatarios, quienes tenían mejores condiciones de vida que en el resto del país. La zona donde los campesinos vivían en las peores situaciones era a del sur de la república, donde debido a que los hacendados requerían de mano de obra durante todo el año, los campesinos vivían como peones, ligados a las haciendas por el sistema de endeudamiento, es decir, se les pagaba con vales que sólo podían cambiar en la tienda de la hacienda, la tienda de raya, donde se les daba crédito para comprar y con la cual siempre se encontraban en deuda.
Si bien la sociedad porfirista, era en se mayor parte rural, durante el porfiriato los centros urbanos crecieron de forma impresionante. El caso más notable fue el de la capital, sin embargo también sobresalieron los de Guadalajara, Puebla, San Luis Potosí y Monterrey. Además hubo otras poblaciones que tuvieron gran crecimiento, pues en 1877 sólo diez poblaciones tenían más de 20 mil habitantes, para 1910 eran 19.
Los asentamientos que más crecieron, fueron aquellos que se encontraban cerca de fuentes de trabajo, como  Cananea o Santa Rosalía, donde había minas, los puertos de Progreso, Tuxpan, Guaymas o Manzanillo y también aquellas poblaciones por las que atravesaban las líneas ferroviarias, como Nuevo Laredo, Torreón y Ciudad Juárez. En la capital se conjugaron varios elementos, pues era la sede del poder federal, destino de los principales ferrocarriles y concentraba un 12% de la industria nacional.
Los gobernantes y las élites deseaban que las ciudades reflejaran la prosperidad y el progreso de la nación, y que se parecieran la las de las norteamericanas y europeas. Deseaban hacerlas bellas y confortables, para lo cual construyeron jardines y avenidas, similares a los Campos Elíseos de París; también querían que fueran seguras y limpias.
Sin embargo las ciudades no estaban preparadas para recibir a los migrantes y algunos citadinos, carentes de oportunidades engrosaron las filas de la delincuencia y la prostitución. La mayoría de los habitantes de las ciudades vivían en calles sucias e inundadas, además de que sufrían por la falta de vivienda, agua potable y alimentos.
Para solucionar los graves problemas de las ciudades, los gobernantes expidieron códigos penales y sanitarios, además de reglamentos de policía; reformaron las cárceles, emprendieron obras de desagüe y pavimentaron las calles, construyeron drenaje y tuberías para agua potable, obligaron a los rastros a salir de la traza de las ciudades y aislaron a los enfermos.
En las ciudades, la estratificación social no era tan marcada como en el campo, pero aun así se podían distinguir clases sociales con formas de vida muy diferentes. En lo alto se encontraban los grupos privilegiados, políticos, militares y empresarios, en los sectores medios, profesionistas, empleados públicos, de comercio y transporte, y artesanos prósperos; por último, en los sectores bajos o populares, le encontraban sirvientes, dependientes de locales comerciales artesanos, obreros y vendedores ambulantes.
En el periodo porfirista, los obreros fueron los que más aumentaron en número, debido al auge industrial. A pesar de su gran número, los obreros era uno de los sectores más desprotegidos de la sociedad, pues no existía una legislación que los resguardara de sus patrones, debido a que, de acuerdo con las ideas del liberalismo, el gobierno no debía intervenir en la economía y el salario debía fijarse de acuerdo a la ley de la oferta y la demanda.
Así pues, existía la libertad de asociación, pero no de huelga. Hombres, mujeres y niños cumplían con jornadas e 12 a 14 horas de trabajo diarias, sin día de descanso y podían ser despedidos sin justificación, además de que no estaban protegidos contra accidentes.

Rebeliones rurales, pronunciamientos, leva y bandolerismo.

La política de Porfirio Díaz fue exitosa al convertir a México en uno de los principales productores de azúcar, también logro la industrialización de la economía y además, la extracción de plata logró niveles jamás vistos; sin embargo, todo ese auge económico se concentró en pocas manos y no llegó a las capas bajas de la sociedad, donde la mayoría de la población carecía de lo más elemental.
Dadas dichas condiciones, no es de extrañar que durante el porfiriato, se produjeran numerosas rebeliones agrarias. Entre ellas destacan l de los mayas en Yucatán, los yaquis en Sonora y la de los habitantes de Tomóchic. Por lo general, los rebeldes se  oponían a la usurpación de las tierras, bosques y aguas comunales, y defendían la autonomía política. En algunos casos también luchaban por preservar su identidad étnica y cultural, pues a partir de la independencia, los gobiernos mexicanos adoptaron el principio de igualdad jurídica y se esforzaron por homogeneizar la población.
De todos los movimientos de insurrección indígena, la Guerra de Castas en la península de Yucatán no sólo ha sido el que se ha prolongado por más tiempo sino también el que logró mantener una amenaza real al orden establecido, e incluso por momentos estuvo cerca de la victoria.
Después de la Independencia, los levantamientos armados en el área maya fueron frecuentes. El más importante de ellos, conocido como Guerra de Castas, duró poco más de 50 años, inició en 1847 cuando el líder indígena Cecilio Chí tomó la población de Tepich en el actual estado de Quintana Roo. La guerra, que costó cerca de un cuarto de millón de vidas humanas, terminó oficialmente en 1901 con la ocupan de la capital maya de Chan Santa Cruz por parte de las tropas del ejército federal mexicano.
Otra de las rebeliones características del porfiriato es la del pueblo yaqui, que se caracterizó por su lucha por la autodeterminación y defensa de su soberanía territorial. Los conquistadores españoles penetraron su territorio a principios del siglo XVII mediante un tratado de paz que permitió la entrada de misioneros jesuitas que influyeron en su organización; fueron ellos quienes concentraron a los yaquis -que vivían dispersos-, en ocho pueblos; Cócorit (Espíritu Santo), (Santa Rosa) Bácum, (San Ignacio) Tórim, (La Natividad del Señor) Vícam, (Santísima Trinidad) Pótam, (Asunción) Rahúm, (Santa Bárbara) Huírivis y (San Miguel) Belén.
En 1740 los yaquis se sublevaron por primera vez, dicho movimiento terminó con la ejecución de los jefes yaquis. Ya en el gobierno de Día, ante la amenaza de perder sus tierras debido a la Ley Lerdo, los yaquis tomaron las armas bajo el mando de José María Leyva “Cajeme”, quien logró conformar un ejército armado con carabinas y rifles, arcos y flechas. Así, durante algunos años los yaquis pudieron controlar un territorio al que los blancos o “yoris” no podían ingresar sin su consentimiento y en su caso, mediante un determinado pago. En 1886, la persecución y las enfermedades diezmaron a los yaquis, que se refugiaron en las serranías y en las islas cercanas; el barco “El Demócrata” persiguió y capturó indios refugiados en las islas y los tiró al mar infestado de tiburones. En tierra firme, Cajeme fue derrotado, capturado y fusilado en 1887, hecho con el que el gobierno dio por concluida la guerra del Yaqui.
En cuanto a Tomóchic se refiere, el conflicto, se inició debido a que los tomochitecos hicieron a un lado las tradiciones católicas y adoraban a Santa Cabora, sin embargo, el conflicto se tornó político. Los habitantes de Tomóchic, dirigidos por Cruz Chávez hicieron frente a los  federales enviados a reprimir la revuelta, al principio de manera exitosa, sin embargo, fueron masacrados. El costo de la batalla fueron 100 muertos por parte de los insurrectos y 600 de los soldados federales. En Tomóchic sólo sobrevivieron 43 mujeres y 71 niños.
Siendo el siglo XIX en México un espacio de tanta desigualdad, sus manifestaciones no sólo se limitaron a las rebeliones, otra de sus formas fue el bandolerismo, es decir, bandas de sujeto armados que se dedicaban a robar en los caminos o a atacar algunos pueblos y asentamientos.
Entre estas bandas había aquellas que se dedicaban al robo como profesión para beneficio personal, otras utilizaban esta práctica como medio de distribución de la riqueza, pues parte de lo que robaban lo repartían entre poblaciones necesitadas de las que a veces ellos eran miembros; a esta última práctica se le conoce como bandolerismo social, pues pretendía hacer evidente la desigualdad social que reinaba en el país.
En la primera mitad del siglo XIX ante la debilidad del gobierno nacional y los constantes conflictos internos, el bandolerismo floreció. Casi en todos los caminos existía alguna banda dedicada al asalto a mano armada de carruajes y diligencias. Esta situación complicaba aun más en transporte de mercancía y el comercio en general. Durante el Porfiriato, se crearon incluso cuerpos policiales especializados en la captura  cuerpos de bandoleros, pero su éxito fue relativo, pues en varias ocasiones, estos contaban con el apoyo de los pueblos que cooperaban para mantenerlos ocultos o despistar a sus perseguidores.
El fenómeno del bandolerismo es universal y muy antiguo; se origina en regiones donde la miseria y la injusticia se han cebado especialmente con algunas personas empobreciéndolas y arrojándolas en brazos del contrabando, el robo o el crimen, generando de esta manera una forma más o menos colectiva de saqueo organizado.
Otro factor que ocasionó malestar entre la población campesina fueron las levas, realizadas por el gobierno. Éstas consistían en el reclutamiento forzoso de los hombres adultos en el ejército, ya fuera para enfrentarse a algún bando político o para la defensa del territorio nacional durante las intervenciones extranjeras.
 A través de la leva las comunidades perdían buena parte de su fuerza e trabajo, además provocaban la desintegración de los núcleos familiares. Las levas fueron una de las causas más comunes de los levantamientos indígenas del periodo.

viernes, 27 de marzo de 2020

El Segundo Imperio Mexicano

México en el siglo XIX era un lugar más que caótico, entre los cambios precipitados de presidente, la indecisión para determinar un solo sistema de gobierno, y las intervenciones de España, Francia y los Estados Unidos, el naciente país se encontraba en bancarrota y lleno de toda clase de problemas políticos.

Como consecuencia del último cambio de sistema de gobierno, la joven república había perdido los estados del norte y Yucatán se encontraba en rebeldía, además de que los gobernadores de Michoacán, Melchor Ocampo, y de Oaxaca, Benito Juárez, no reconocía la presidencia de Antonio López de Santa Anna.

Todo ello llevó a que los liberales del país se aliara, depusieran a Santa Anna y crearán una constitución en 1857, la primera que junto con las Leyes de Reforma, consideraba derechos ciudadanos y que intentaba separar al gobierno de la iglesia.

La constitución acentuó las irreconciliables diferencias entre los partidos liberal y conservador que manejaban la política mexicana, provocando una guerra de tres años que en México llamamos la Guerra de Reforma.

Es allí donde realmente comienza nuestra historia...

Durante la guerra de Reforma, un grupo de conservadores mexicanos, entre quienes estaba Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos el héroe de la independencia viajaron a Europa con la idea de conseguir un rey para México.

Juan Nepomuceno, el embajador José Manuel Hidalgo y Esnaurrizar y algunos otros emprendieron la misión de conseguir un rey para México, y para encontrarlo acudieron a uno de los hombre más poderosos de Europa, el nuevo emperador de Francia Napoleón III. (El pequeño Napoleón que había convencido al pueblo francés de votarlo emperador). 

Napoleón III no dudo en ayudar a la delegación Mexicana a encontrar un príncipe, puesto que la tarea también sería a su conveniencia, dado que si en México hubiera un monarca europeo que el controlara el imperialismo de Francia se vería favorecido.

Mientras todo eso ocurría, en México el gobierno liberal (legitimo) de Benito Juárez, se disputaba la república con el gobierno por golpe de estado de Miguel Miramos y los conservadores, ambos tratando de obtener reconocimiento oficial y dinero con que ganar la guerra.

Al final el gobierno de Juárez se impuso debido a sus tratos con los Estados Unidos, donde ofrecía ceder una gran cantidad de territorio mexicano a cambio de ayuda para ganar la guerra.

Con la guerra de Reforma perdida, los conservadores redoblaron esfuerzos en Europa y con la ayuda de Napoleón solicitaron a un príncipe austriaco, un segundo hijo sin derecho a nada, peleado con su hermano el rey y con un hambre increíble de demostrar su valor, que viniera a gobernar México.

Ese príncipe era Maximiliano de Habsburgo.

Maximiliano, al principio no quería venir a México así que pidió muestras de que la gente lo quisiera, cosa de la que los conservadores se encargaron presentando cientos de cartas donde los mexicanos supuestamente le pedían que viniera. Al final, considerando su situación y con la presión de su esposa Carlota Amelia (princesa de Bélgica), aceptó convertirse en soberano de México.

Los nuevos emperadores de México Maximiliano y Carlota llegaron a México en barco a Veracruz, y empezaron la aventura de gobernar un país dividido políticamente por dos partidos que se odiaban, y además en guerra, pues un año antes había sido invadido por los franceses quienes mantenían el control de la capital.
¿Te acuerdas de la batalla del 5 de mayo?,  esa donde peleamos con los franceses porque otra vez les debíamos dinero, bueno, pues esa la ganó México, pero todas las demás las perdió y os franceses ocuparon la capital y Juárez tuvo que huir hasta Chihuahua.

Maximiliano era un monarca bastante iluso y distraido a quien no le interesaba los asuntos de guerra por lo que dejó esos asuntos en manos de los Francese y en lugar de ganar la guerra se dedicó a embellecer la capital, a él le debemos el Palacio de Chapultepec actual, las mejoras a Palacio Nacional y la avenida Reforma de la Ciudad de México, y a escribir leyes y decretos para un México en paz que todavía no existía.

Además, resultó que Maximiliano no era conservador, sino liberal. Las leyes que Maximiliano y Carlota escribieron eran sumamente modernas para México, en cuestiones de gobierno e iglesia eran aún más radicales que las Leyes de Reforma de Juárez, además escribieron leyes donde protegían a los indígenas y sus tierras, donde establecían un sistema de educación pública que en México en ese entonces era completamente desconocido, decretaron la creación de un museo Nacional de Historia y encargaron la creación de imágenes de los héroes de la independencia, esos que ahora reconocemos como imágenes oficiales.

Max, el segundo emperador reinó por tresaños, sin preocuparse realmente de la guerra hasta que no le quedó otro remedio que verla a los ojos cuando Napoleón III le quitó al ejercito francés. Carlota fue a Europa a pedir apoyo y allá perdió la razón. Mientras él trataba de no perder la guerra se refugió en Querétaro donde fue hecho prisionero, juzgado como traidor a la patria (que según los liberales no era suya) y fusilado.

El segundo imperio mexicano tiene muchas curiosidades y chismes, pero tal vez el de la muerte de Maximiliano sea en más llamativo pues el dijo antes de morir "Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México ¡que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria!, ¡viva México!, esto es de resaltar porque verdaderamente su sangre terminó las guerras entre liberales conservadores que tanto daño le había hecho al país y determinó un sólo modelo de gobierno que perduró muchos años después de él.

viernes, 6 de marzo de 2020

Marie Olympe de Gouges: una luchadora

Por Lourdes De Santos. 

A lo largo del tiempo el papel que las mujeres hemos desempeñado en las diferentes sociedades alrededor el mundo ha sido muy sobrevaluado, porque son los hombres quienes han escrito la historia, y como tal han relegado a las figuras femeninas de la historia al olvido.

Desde tiempos inmemorables las mujeres hemos trabajado para el mejoramiento de nuestras sociedades, muchas de estas grandes luchadoras han sido anónimas y sus nombres se han perdido con el tiempo, sin embargo otros permanecen.

Una de esas extraordinarias mujeres casi olvidada por los libros de historia es Marie Olympe de Gouges, una de las primeras luchadoras de los derechos de la mujer de nuestra época. Nacida en 1748, hija de una familia francesa de clase media, fue escritora, dramaturga y activista política, pero sobre todo feminista.

Olympe de Gouges comenzó su carrera política después de la muerte de su esposo, cuando se mudó a París y comenzó a asociarse con los pensadores de su época, su carrera continúo en los años previos a la Revolución Francesa, escribiendo y presentando obras de teatro que hablaban a favor de los derechos humanos y en contra de la esclavitud.

Sin embargo su aportación más significativa fue la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”, escrita en 1791, como respuesta a la “Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano”, en la que no se hacía ninguna descripción de los derechos naturales correspondientes a la mujer. Marie Olympe de Gouges exigía en su trabajo los mismos derechos que tenían los hombres, para las mujeres, pedía que las mujeres fueran partícipes de los lemas de la Revolución Francesa, que para nosotras también existiera la libertad, la igualdad y la fraternidad.

A lo largo de sus artículos, la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”, habla las leyes deben garantizar la igualdad de mujeres y hombres ante la ley, además, menciona en uno de sus más celebres artículos que las mujeres deben ser capaces de expresar sus ideas públicamente sin ser molestadas por sus opiniones, siempre y cuando estas no alteren el orden público.

La lucha de esta extraordinaria mujer no llegó a buen término, desafortunadamente Marie fue condenada a muerte y ejecutada en 1793 por haber defendido a Luis XVI y atacado a Robespierre. A pesar de que luego de su muerte, a las mujeres en Francia les fue prohibida toda clase de actividad política, hoy podemos decir que su legado vive, pues su obra está más cerca de convertirse en una realidad.

Hoy la obra de Olympe de Gouges no es aun la realidad de todas las mujeres del mundo, pero ahora es tiempo de que nosotras escribamos una nueva historia a través de nuestras acciones y logremos tener los mismos derechos y oportunidades que los hombres, es tiempo de que luchemos por nosotras y por las mujeres que en el futuro recordaran nuestras acciones y podrán honrarnos como nosotros hoy podemos honrar a las mujeres que nos precedieron y que pelearon por los derechos que hoy gozamos.