Surgimiento de la
clase obrera y la nueva clase media urbana.
El
porfiriato fue un periodo de grandes cambios, y las cuestiones sociales no
fueron la excepción. En los treinta años que comprende el porfiriato, se
produjo un crecimiento sin precedente. En cifras aproximadas, en 1877 el país
tenía nueve millones de habitantes, en 1895 contaba con 13 y para 1910 con 15 millones.
En
el aumento de la población influyeron e fin de los enfrentamientos civiles, la
ampliación de los mercados y la mejor distribución de alimentos, y, para
algunos sectores de la población los avances en la higiene y la medicina.
Además
de creciente era una población dinámica, pues fue una época de migración. Estados
del norte del país como Chihuahua,
Coahuila, Durango, Nuevo León y Tamaulipas; del centro el Distrito Federal y
Puebla; de la costa del Golfo sólo Veracruz; y de la del Pacífico norte, Sonora
y Nayarit, recibieron una gran cantidad de migrantes provenientes de los
estados de México, Jalisco, Michoacán, Hidalgo, Zacatecas y San Luis Potosí.
Si
bien los migrante de dirigían sobre todo a las
ciudades un gran porcentaje de la población guía habitando en
localidades de menos de 15 mil habitantes, prueba de ello es que hacía 1900 en
90% de la población seguía viviendo en el campo, distribuidos en haciendas,
pequeñas poblaciones o pueblos y ranchos.
Las
haciendas tendieron a concentrar la tierra costa de a propiedad corporativa,
por lo que los latifundios aumentaron de tamaño como consecuencia de la
desamortización y la colonización. Si bien las leyes de 1896 y 1910
pretendieron terminar con el desojo de tierras comunales, para entonces la
quinta parte del territorio nacional había pasado a ser parte de los grandes
latifundios que caracterizarían el porfiriato.
En
esta sociedad rural, los hacendados ocuparon la cúspide de la pirámide. Alguno
eran mexicanos otros, extranjeros, y no siempre residían en el campo, pues
muchos dejaban sus tierras a cargo de un administrador para vivir en las
ciudades. En la parte media de encontraban rancheros o pequeños propietarios,
comerciantes de las haciendas, como el administrador, el mayordomo o técnicos
de maquinaria agrícola, comerciantes y artesanos. En la parte inferior de la
pirámide estaban los campesinos sin tierra, que trabajaban para los rancheros
prósperos y, en mayor proporción, para os latifundistas, entre ellos se
encuentran los peones acasillados, que vivían en la hacienda o alrededor del
caso y recibían un salario fijo; trabajadores temporales, contratados sólo
cuando existía necesidad de mano de obra, lo cual convenía a los dueños de la
tierra pero no a quienes prestaban sus servicio, pues tenían que recorrer el
país siguiendo las temporadas de cultivo; en este grupo social, también se
encontraban os arrendatarios, aparceros o mediero, a los cuales los
latifundistas rentaban sus tierras meno fértiles a cambio de dinero o un
porcentaje de la cosecha.
Las
condiciones de vida de los campesinos, fueran estos acasillados o temporales, cambiaba
de acuerdo a la región del país. En el norte, las haciendas eran cultivadas por
trabajadores temporales o arrendatarios, quienes tenían mejores condiciones de
vida que en el resto del país. La zona donde los campesinos vivían en las
peores situaciones era a del sur de la república, donde debido a que los
hacendados requerían de mano de obra durante todo el año, los campesinos vivían
como peones, ligados a las haciendas por el sistema de endeudamiento, es decir,
se les pagaba con vales que sólo podían cambiar en la tienda de la hacienda, la
tienda de raya, donde se les daba crédito para comprar y con la cual siempre se
encontraban en deuda.
Si
bien la sociedad porfirista, era en se mayor parte rural, durante el porfiriato
los centros urbanos crecieron de forma impresionante. El caso más notable fue
el de la capital, sin embargo también sobresalieron los de Guadalajara, Puebla,
San Luis Potosí y Monterrey. Además hubo otras poblaciones que tuvieron gran
crecimiento, pues en 1877 sólo diez poblaciones tenían más de 20 mil
habitantes, para 1910 eran 19.
Los
asentamientos que más crecieron, fueron aquellos que se encontraban cerca de
fuentes de trabajo, como Cananea o Santa
Rosalía, donde había minas, los puertos de Progreso, Tuxpan, Guaymas o Manzanillo
y también aquellas poblaciones por las que atravesaban las líneas ferroviarias,
como Nuevo Laredo, Torreón y Ciudad Juárez. En la capital se conjugaron varios
elementos, pues era la sede del poder federal, destino de los principales
ferrocarriles y concentraba un 12% de la industria nacional.
Los
gobernantes y las élites deseaban que las ciudades reflejaran la prosperidad y
el progreso de la nación, y que se parecieran la las de las norteamericanas y
europeas. Deseaban hacerlas bellas y confortables, para lo cual construyeron jardines
y avenidas, similares a los Campos Elíseos de París; también querían que fueran
seguras y limpias.
Sin
embargo las ciudades no estaban preparadas para recibir a los migrantes y
algunos citadinos, carentes de oportunidades engrosaron las filas de la
delincuencia y la prostitución. La mayoría de los habitantes de las ciudades
vivían en calles sucias e inundadas, además de que sufrían por la falta de
vivienda, agua potable y alimentos.
Para
solucionar los graves problemas de las ciudades, los gobernantes expidieron
códigos penales y sanitarios, además de reglamentos de policía; reformaron las
cárceles, emprendieron obras de desagüe y pavimentaron las calles, construyeron
drenaje y tuberías para agua potable, obligaron a los rastros a salir de la
traza de las ciudades y aislaron a los enfermos.
En
las ciudades, la estratificación social no era tan marcada como en el campo, pero
aun así se podían distinguir clases sociales con formas de vida muy diferentes.
En lo alto se encontraban los grupos privilegiados, políticos, militares y
empresarios, en los sectores medios, profesionistas, empleados públicos, de
comercio y transporte, y artesanos prósperos; por último, en los sectores bajos
o populares, le encontraban sirvientes, dependientes de locales comerciales
artesanos, obreros y vendedores ambulantes.
En
el periodo porfirista, los obreros fueron los que más aumentaron en número,
debido al auge industrial. A pesar de su gran número, los obreros era uno de
los sectores más desprotegidos de la sociedad, pues no existía una legislación
que los resguardara de sus patrones, debido a que, de acuerdo con las ideas del
liberalismo, el gobierno no debía intervenir en la economía y el salario debía
fijarse de acuerdo a la ley de la oferta y la demanda.
Así
pues, existía la libertad de asociación, pero no de huelga. Hombres, mujeres y
niños cumplían con jornadas e 12 a 14 horas de trabajo diarias, sin día de
descanso y podían ser despedidos sin justificación, además de que no estaban
protegidos contra accidentes.
Rebeliones
rurales, pronunciamientos, leva y bandolerismo.
La
política de Porfirio Díaz fue exitosa al convertir a México en uno de los
principales productores de azúcar, también logro la industrialización de la
economía y además, la extracción de plata logró niveles jamás vistos; sin
embargo, todo ese auge económico se concentró en pocas manos y no llegó a
las capas bajas de la sociedad, donde la mayoría de la población carecía de lo
más elemental.
Dadas
dichas condiciones, no es de extrañar que durante el porfiriato, se produjeran
numerosas rebeliones agrarias. Entre ellas destacan l de los mayas en Yucatán,
los yaquis en Sonora y la de los habitantes de Tomóchic. Por lo general, los
rebeldes se oponían a la usurpación de
las tierras, bosques y aguas comunales, y defendían la autonomía política. En
algunos casos también luchaban por preservar su identidad étnica y cultural,
pues a partir de la independencia, los gobiernos mexicanos adoptaron el
principio de igualdad jurídica y se esforzaron por homogeneizar la población.
De
todos los movimientos de insurrección indígena, la Guerra de Castas en la
península de Yucatán no sólo ha sido el que se ha prolongado por más tiempo
sino también el que logró mantener una amenaza real al orden establecido, e
incluso por momentos estuvo cerca de la victoria.
Después
de la Independencia, los levantamientos armados en el área maya fueron
frecuentes. El más importante de ellos, conocido como Guerra de Castas, duró
poco más de 50 años, inició en 1847 cuando el líder indígena Cecilio Chí tomó
la población de Tepich en el actual estado de Quintana Roo. La guerra, que
costó cerca de un cuarto de millón de vidas humanas, terminó oficialmente en
1901 con la ocupan de la capital maya de Chan Santa Cruz por parte de las
tropas del ejército federal mexicano.
Otra
de las rebeliones características del porfiriato es la del pueblo yaqui, que se
caracterizó por su lucha por la autodeterminación y defensa de su soberanía
territorial. Los conquistadores españoles penetraron su territorio a principios
del siglo XVII mediante un tratado de paz que permitió la entrada de misioneros
jesuitas que influyeron en su organización; fueron ellos quienes concentraron a
los yaquis -que vivían dispersos-, en ocho pueblos; Cócorit (Espíritu Santo),
(Santa Rosa) Bácum, (San Ignacio) Tórim, (La Natividad del Señor) Vícam,
(Santísima Trinidad) Pótam, (Asunción) Rahúm, (Santa Bárbara) Huírivis y (San
Miguel) Belén.
En
1740 los yaquis se sublevaron por primera vez, dicho movimiento terminó con la
ejecución de los jefes yaquis. Ya en el gobierno de Día, ante la amenaza de
perder sus tierras debido a la Ley Lerdo, los yaquis tomaron las armas bajo el
mando de José María Leyva “Cajeme”, quien logró conformar un ejército armado
con carabinas y rifles, arcos y flechas. Así, durante algunos años los yaquis
pudieron controlar un territorio al que los blancos o “yoris” no podían
ingresar sin su consentimiento y en su caso, mediante un determinado pago. En
1886, la persecución y las enfermedades diezmaron a los yaquis, que se
refugiaron en las serranías y en las islas cercanas; el barco “El Demócrata”
persiguió y capturó indios refugiados en las islas y los tiró al mar infestado
de tiburones. En tierra firme, Cajeme fue derrotado, capturado y fusilado en
1887, hecho con el que el gobierno dio por concluida la guerra del Yaqui.
En
cuanto a Tomóchic se refiere, el conflicto, se inició debido a que los
tomochitecos hicieron a un lado las tradiciones católicas y adoraban a Santa
Cabora, sin embargo, el conflicto se tornó político. Los habitantes de
Tomóchic, dirigidos por Cruz Chávez hicieron frente a los federales enviados a reprimir la revuelta, al
principio de manera exitosa, sin embargo, fueron masacrados. El costo de la
batalla fueron 100 muertos por parte de los insurrectos y 600 de los soldados
federales. En Tomóchic sólo sobrevivieron 43 mujeres y 71 niños.
Siendo
el siglo XIX en México un espacio de tanta desigualdad, sus manifestaciones no
sólo se limitaron a las rebeliones, otra de sus formas fue el bandolerismo, es
decir, bandas de sujeto armados que se dedicaban a robar en los caminos o a
atacar algunos pueblos y asentamientos.
Entre
estas bandas había aquellas que se dedicaban al robo como profesión para
beneficio personal, otras utilizaban esta práctica como medio de distribución
de la riqueza, pues parte de lo que robaban lo repartían entre poblaciones
necesitadas de las que a veces ellos eran miembros; a esta última práctica se
le conoce como bandolerismo social, pues pretendía hacer evidente la
desigualdad social que reinaba en el país.
En
la primera mitad del siglo XIX ante la debilidad del gobierno nacional y los
constantes conflictos internos, el bandolerismo floreció. Casi en todos los
caminos existía alguna banda dedicada al asalto a mano armada de carruajes y
diligencias. Esta situación complicaba aun más en transporte de mercancía y el
comercio en general. Durante el Porfiriato, se crearon incluso cuerpos
policiales especializados en la captura
cuerpos de bandoleros, pero su éxito fue relativo, pues en varias
ocasiones, estos contaban con el apoyo de los pueblos que cooperaban para
mantenerlos ocultos o despistar a sus perseguidores.
El
fenómeno del bandolerismo es universal y muy antiguo; se origina
en regiones donde la miseria y la injusticia se han cebado
especialmente con algunas personas empobreciéndolas y arrojándolas
en brazos del contrabando, el robo o el crimen, generando de esta
manera una forma más o menos colectiva de saqueo organizado.
Otro
factor que ocasionó malestar entre la población campesina fueron las levas,
realizadas por el gobierno. Éstas consistían en el reclutamiento forzoso de los
hombres adultos en el ejército, ya fuera para enfrentarse a algún bando político
o para la defensa del territorio nacional durante las intervenciones
extranjeras.
A través de la leva las comunidades perdían
buena parte de su fuerza e trabajo, además provocaban la desintegración de los
núcleos familiares.
Las levas fueron una de las causas más comunes de los levantamientos indígenas
del periodo.
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